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Democracia caduca: año de elecciones en un panorama de conflictos y apatía social

El origen de la democracia data de la Antigua Grecia. Pese a que las democracias actuales no se pueden comparar con ésta, porque quiénes tenían derecho eran minoritarias, participaban en ella y contribuían de manera directa para con la polis. Hoy, sin embargo, la democracia se fundamenta a través de los partidos políticos, con unos/as representantes/as elegidos/as cada x años.

Según dicta la Constitución es como se defiende y promueve los intereses de la mayoría social, contribuyendo al avance del conjunto de la sociedad. El problema radica en que las personas pertenecen a partidos políticos de  ideologías contrarias, situándose desde puntos de vista del mundo muy divergentes y enfrentados. Por el contrario para el griego la democracia era ser soberano, identificándose con la polis y con la vida política de su momento; de ahí surgía una comunidad cívica que se asentaba como unidad política que reorganizaba los demás papeles de la sociedad. Ahora,esa identidad, dista mucho de lo que se consideraba en la Atenas Clásica, y la sociedad civil se muestra apática para con los asuntos públicos que, gusten o no, conciernen a toda la población e impregnan toda la vida desde que se nace hasta que se muere.

El planteamiento que se ha hecho de la democracia se basa en la individualidad de los/as ciudadanos/as y permanece una idea del todo; como si ese todo fuese homogéneo. Además,  lo que se comparte en una comunidad, y no como en Atenas de la res pública, se enmarca en valores individualistas, donde juega una carta fundamental el sistema económico capitalista: el modelo premia a aquella persona que es mejor según unos méritos y en base a la igualdad de oportunidades. Es así que existe un ciudadano abstracto, sin género, como algo neutro, y se intenta disuadir de toda diversidad, para tratar a todas las personas por igual, como una masa homogénea.

La autora, Anne Phillips, defiende la democracia de las diferencias, los grupos y la heterogeneidad. Es necesario que para que todas las personas puedan estar representadas, incorporar a la arena política la amalgama social. Por eso, no se puede hablar de democracia y tampoco de igualdad de oportunidades bajo el velo de una discriminación de partida. Es decir, la base de la estructura económica y política que surge en las sociedades contemporáneas muestra un claro ejemplo de discriminación racial, sexual, de clase o de identidades, porque se sustenta en ideales igualitarios sin erradicar el germen de esas estructuras dominantes: hombre, blanco, heterosexual y de poder adquisitivo alto.

La democracia se ha consolidado bajo visiones androcéntricas, dejando en un plano secundario al resto. Ya que todas las corrientes político-filosóficas, independientemente de si se sitúan en un marco de izquierdas o de derechas, han emergido bajo parámetros masculinos dominantes. Así es que hablar de democracia, cuando no todas las personas están presentes en ella, hace replantearse cada vez que se va a votar, cuál es el papel que tienen las distintas en la misma. Porque la igualdad se disuelve entre concepciones clásicas y, se potencian, a través de nuevos discursos, reformulaciones de problemas que se consideraban pasados, donde las necesidades actuales sobre la diversidad social se diluyen y desaparecen.

Es imprescindible que para que se produzca un cambio de paradigma, las nuevas democracias tengan en cuenta el contexto globalizado y la diversidad que de él derivan. Se puede comprobar que aun habiendo cambios formales en la legislación, la igualdad de oportunidades se ha convertido en un espejismo. Y esto tiene una explicación clara: se mantienen y reproducen estructuras pasadas donde el papel de las minorías sociales se apartan de la vida política, y los derechos que se consideraban reconocidos se ven embaucados por corrientes extremistas y populistas.

Desde el punto de vista neoliberal, discursos de partidos políticos de la ultraderecha en España, venden pactos masculinos (pactos entre caballeros) donde promueven el clientelismo y la corrupción, y donde la igualdad de oportunidades se manifiesta como un eslogan de marketing de campaña; olvidan el desmantelamiento hecho de lo público, que es esencia de esa igualdad e intrínseco para todas aquellas personas con menos posibilidades para alcanzar la representatividad en las actuales democracias.

Es decisiva una reflexión para las elecciones que se avecinan. Sobre todo, por las transformaciones que se están produciendo, y donde se observa cada vez más, el retroceso en valores democráticos afianzados. Para analizarlo, con observar el espectro político nacional es suficiente. La democracia, tal cual se conoce hoy, está en las últimas. Porque la política española se ha convertido en un juego entre los distintos colores, lejos de la tierra de las mortales, donde las verdaderas necesidades de la ciudadanía están silenciadas. Los programas electorales, que son los contratos que se adquieren con la ciudadanía, se convierten en humo cuando llegan al poder, moviéndose entre intereses exclusivamente de partido, y donde el rédito político es el pilar de sus estrategias.

La dificultad que se tiene hoy para entender el significado de la democracia, tal como lo hacían los griegos, no es solo por la distancia en el tiempo, sino que está en manos de los partidos políticos el dilucidar el sentido mismo del término. Es más, en España debería existir una mayor responsabilidad de las distintas fuerzas políticas ante situaciones como la del panorama actual: enquistan y oscurecen la riqueza y diversidad social propios de democracias avanzadas, y lo hacen entre patrias y banderas con discursos propios del s.XIX; esconden las carencias y las fallas de una democracia en crisis anteponiendo los derechos de la mayoría social y lo hacen abandonando el pilar de nuestra democracia: el pacto mediante consensos.

Elisabet Ruano Crespo

Nº de colegiada: 9889-07

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