Pan y Circo

 
 
 
Durante estas semanas de crisis sanitaria he pensado a menudo en la película “La ventana indiscreta” de Alfred
Hitchcock, ¿la recuerdan? James Stewart interpreta a un fotógrafo que, al tener
una pierna escayolada debido a un accidente, debe permanecer recluido en su
apartamento. Aburrido, se dedica a elaborar diversas conjeturas acerca del
extraño comportamiento de uno de sus vecinos al que espía a través de la
ventana con cámaras fotográficas, prismáticos, etc.
Seguro que a más de uno le suenan las palabras con las que
el poeta satírico Décimo Junio Juvenal, que vivió entre los siglos I y II de
nuestra era, se refería a la afición del pueblo romano por el espectáculo: “El pueblo,
del que en otro tiempo dependían el gobierno, la justicia, las fuerzas armadas,
todo, ahora se desentiende y sólo desea con ansia dos cosas: pan y circo
”.
A tenor de la información que nos
ofrecen a diario los medios de comunicación (tanto por el contenido como por la forma de contarla) podemos
afirmar, sin temor a equivocarnos, que la frase de Décimo Junio Juvenal sigue
de rabiosa actualidad.
En el tiempo transcurrido desde
que en España se detectó el primer caso por contagio de Ébola en una
profesional sanitaria, hemos asistido como espectadores a una función que, por la
originalidad de su guión, ha traspasado las fronteras nacionales. Desde la
comodidad y seguridad que nos ofrece el sofá de nuestra casa, hemos sido
testigos voluntarios (unas veces
perplejos, otras indignados y la mayoría, fuera de la pausa del café durante la
cual parecíamos competir para dilucidar quien estaba más informado, quien más
indignado o quien más saturado por el tema, pasivos
) del espectáculo circense
que para mayor entretenimiento del pueblo llano (con llamamientos a la calma incluídos sin ir acompañados de una
información rigurosa y contrastada
) ha montado el Gobierno español y sus
máximos responsables.
Con su errático e improvisado
proceder, lejos de calmar la imaginación lo que han conseguido ha sido
incitarla. “Basta ver una enfermedad
cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva
moralmente, si no literalmente, contagiosa”.
No les vendría mal leer “La
enfermedad y sus metáforas
” de Susan Sontag.
Cuando se
activó el protocolo de alerta, a la vista de los hechos posteriores, el primer paso
era descargar de responsabilidad a las autoridades sanitarias, algo de lo que
se encargó el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid al afirmar que
«a raíz de los resultados»
la auxiliar de enfermería contagiada por Ébola «pudo estar mintiendo» a los médicos que la atendieron en los
días previos a su hospitalización. Punto número uno cumplido: estigmatización
y culpabilización de la enferma
. “Tal como la enfermedad es la mayor de las miserias, así la mayor
miseria de la enfermedad es la soledad que tiene lugar cuando la naturaleza
infecciosa de la enfermedad disuade de acudir a quienes han de asistir; cuando
hasta el médico apenas se atreve a venir… se trata entonces de una
proscripción, de una excomunión del paciente”.
Ante el aluvión de criticas y las numerosas voces que se
alzaron pidiendo la dimisión del Sr. Consejero, él, lejos de amilanarse, se
puso farruco y respondió que «para explicar a uno cómo quitarse o ponerse
un traje no hace falta un máster
» rematando con que «unos tienen una mayor capacidad de
aprendizaje que otros
«. Punto número dos cumplido: además de
culpable, tonta
.
Ante tamaño disparate se
desató en los medios de comunicación una especie de locura, a veces pienso que
mucho más peligrosa que el propio virus, que nos trajo imágenes para la
posteridad, como la de la ínclita
profesional
Mariló Monteró (que no
tendrá un Master pero tiene una carrera
) haciéndonos una demostración de
como ponerse y quitarse un traje “anti-Ébola”.
Nuevamente trending topic en las
redes sociales, algo a lo que ya nos tiene acostumbrados basta recordar su
celebre tesis sobre que al no estar demostrado que el alma no se transmita con
un trasplante, los
asesinos no deberían donar órganos.
Para no quedarse atrás, la
televisión de CLM, todo un referente sobre cómo debe realizarse un correcto
tratamiento informativo de temas delicados (ahí
está la utilización de una picadora de carne para ilustrar el asesinato de una víctima
de violencia de género
) escenificó la manera de quitarse el traje de
protección mediante una especie de parodia, broma de mal gusto, un autentico despropósito,
de la mano de la presentadora de “No nos
moverán
” un programa de análisis de la actualidad política. ¡Nuevo triunfo
absoluto del tratamiento miserable y ruin de la información!
A continuación vino la publicación de una fotografía, que
nunca debería haberse hecho mucho menos publicado, probablemente realizada con
teleobjetivo, en la que se ve a la auxiliar de enfermería, en la habitación del
Hospital Carlos III, sentada y con una mascarilla de oxigeno creo. ¿Me pueden
decir, después de que esas imágenes, una violación clara y absoluta del derecho
a la intimidad, se hayan difundido de la manera en la que lo han hecho, en qué
nos convierte eso? Nos convierte en una sociedad de mirones que asiste
impasible, lejos del peligro, al sufrimiento ajeno. Punto número tres cumplido:
escrutinio público no consentido.
¡Son muchas las oportunidades de mirar que nos depara la
vida moderna!
La sobreexposición a imágenes, que destacan el lado más
alarmante y negativo, de incidentes extraordinarios produce embotamiento
mental. Susan Sontag,  en su ensayo “Ante
el dolor de los demás
”, lo explica así: “La cuestión gira en torno al principal medio de noticias, la televisión. El modo
en que se emplea, dónde y con cuánta frecuencia se ve, agota la fuerza de una
imagen. Las imágenes mostradas en la televisión son por definición imágenes de
las cuales, tarde o temprano, nos hastiamos. Lo que parece insensibilidad tiene
su origen en que la televisión está organizada para incitar y saciar una
atención inestable por medio de un hartazgo de imágenes. Su superabundancia
mantiene la atención en la superficie, móvil, relativamente indiferente al
contenido
”. Una eficaz anestesia moral.
“La frustración de no poder hacer algo relativo a lo que muestran las
imágenes quizá puede traducirse en la acusación de que es indecente
contemplarlas o de que es
indecente el modo en que se difunden: acompañadas, como bien
podría ser el caso, de anuncios de emolientes, analgésicos y todoterrenos. Si
pudiéramos hacer algo respecto de lo que muestran las imágenes, tal vez estas
cuestiones nos importarían mucho menos”.
¿Y qué podemos hacer? Prestar atención a las imágenes,
pararnos a reflexionar sobre lo que vemos e interrogarnos sobre ellas: ¿quién
causó lo que muestran?, ¿nos están contando la verdad?, ¿quién es el
responsable?, ¿se podría haber evitado?

 

Si deciden hacerlo dense prisa, mientras aún se sientan
afectados, porque como afirma Susan “la
conmoción tiene plazo limitado
”.
Teresa Suárez Fernández
Colegiada nº 6895-07

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