La energía social: lo que nos sostiene cuando todo falla
El apagón del 28 de abril nos ha demostrado, como ya lo hicieron otras situaciones de emergencia, por cierto, cada vez más frecuentes, cómo respondemos como sociedad. Y no como una suma de individuos aislados, sino como un entramado de sujetos interconectados.
Cómo nos relacionamos y cómo reaccionamos ante fenómenos inesperados son dos elementos esenciales para comprendernos como sociedad, en su sentido más profundo y social.
Este apagón afectó a prácticamente todo el territorio peninsular con la excepción de Baleares, Canarias, Ceuta y Melilla, y también a países vecinos como Portugal. Pero, como ocurre siempre, no afectó a todos por igual. Las crisis tienen el poder de desnudar desigualdades y visibilizar tanto fortalezas como fragilidades sociales.
Un apagón masivo es mucho más que una interrupción del suministro eléctrico es una sacudida a la supuesta “normalidad”. De repente, a eso de las 12.30 del mediodía, las luces se apagaron y con ellas, también muchas de nuestras certezas. ¿Supimos reaccionar? No del todo. O, al menos, no todos lo hicimos por igual. De pronto, la sociedad se enfrentó a su propia fragilidad.
Zygmunt Bauman definía nuestra época como una modernidad líquida, marcada por la inestabilidad, la incertidumbre y la disolución de los vínculos duraderos. En este mundo, todo cambia rápido, el empleo, las relaciones, las redes de apoyo... Vivimos inmersos en un sistema que privilegia la adaptación individual por encima de la solidez colectiva.
Desde esta perspectiva, el apagón puede leerse como una metáfora brutal de la sociedad líquida, personas solas, desconectadas, sin apoyos ni recursos para afrontar una situación crítica. Donde los lazos previos son débiles o inexistentes, la vulnerabilidad se hizo mayor. Pero también emergió lo contrario, solidaridad espontánea, vínculos vecinales, infraestructuras de cuidado que resistieron la lógica líquida dominante.
Ya lo vimos con la Covid-19, con Filomena, con la DANA… y ahora, con este apagón. Pero ¿qué ha traído de nuevo esta situación inesperada? La incomunicación total. No solo se fue la luz, también colapsaron los móviles, Internet y el acceso al dinero. En una sociedad acostumbrada a la hiperconectividad, nos vimos sin información, sin contacto, sin saber qué ocurría.
El silencio digital se convirtió en aislamiento emocional y social. Y eso dejó al descubierto hasta qué punto dependemos de la tecnología no solo para comunicarnos, sino también para sentirnos acompañados y seguros.
En última instancia, este apagón no ha sido solo un fenómeno técnico, sino también sociológico. No podemos vivir únicamente conectados a lo digital ni encerrados en burbujas individuales. Necesitamos reconstruir formas más sólidas de comunidad, de pertenencia y de responsabilidad colectiva. Porque cuando todo se apaga, lo que permanece (o lo que falta) revela mucho sobre el tipo de sociedad que hemos construido.
"Me quedo con que la formación ciudadana en emergencias es indispensable. Necesitamos saber cómo actuar, pero también cómo resistir la desinformación y la manipulación informativa, que no solo viene de medios, sino también de usuarios comunes en redes sociales"
Este texto propone una mirada sociológica a nuestra reacción colectiva ante el apagón. Y aunque estamos agotados de vivir estos “momentos históricos”, lo cierto es que no dejan de ofrecer lecciones valiosas. En esta ocasión, me quedo con una, la formación ciudadana en emergencias es indispensable. Necesitamos saber cómo actuar, pero también cómo resistir la desinformación y la manipulación informativa, que no solo viene de medios, sino también de usuarios comunes en redes sociales.
Por eso, deberíamos prepararnos no solo técnicamente, sino socialmente. Fomentar la cultura del cuidado mutuo, fortalecer los lazos comunitarios y confiar en que muchas veces, las soluciones no vienen “de arriba”, sino “de al lado”.
No caigamos en el olvido cuando todo pase. No pensemos ingenuamente que no volverá a ocurrir. No cedamos ante el “sálvese quien pueda”. Porque hoy más que nunca, la fuerza de una sociedad reside en su resiliencia.
El apagón fue un espejo. Nos permitió observar, en tiempo real, cómo funcionamos socialmente cuando el sistema se detiene. Y puso en el centro algo fundamental, la importancia del capital social. Porque más allá de la falta de energía eléctrica, lo que sí hubo el 28 de abril fue, de nuevo, una avalancha de energía social. Y esa, cuando se enciende, no se apaga con facilidad.